THE ROAD
- Sara Fernández González
- 21 nov 2020
- 5 Min. de lectura

Hubo una época de mi vida que vivía anclada en el pasado. No sabía vivir el presente sin lamertarme por no haber hecho esto o lo otro. O por todo aquello que había vivido y sabía que nunca más se iba a repetir. Por más que me esforzaba no sabía. Pero también estaba todo lleno de incertidumbres y sueños. Y sobre todo muchos y si...Esperanzas vacías, ilusiones y sueños que sabía que nunca se iban a cumplir.
Tuve alguna que otra relación amorosa, claro está. Pero nunca acababan de funcionar del todo. Siempre había un punto de inflexión que se reproducía en bucle. Daba igual con la persona que compartiera mi vida en ese momento, siempre fallábamos en lo mismo. Que si era muy soñadora. Que lo quería todo. Que quería una historia como la de los libros. Que quería que me pusieran una alfombra roja por donde pisara. Que era muy intensa, bipolar, egoísta, ... Y podría seguir con mil calificativos y descripciones hasta que llegara la extinción del ser humano.
Y sí, no voy a negar lo evidente. Mejor que yo no me conoce nadie (bueno, quizás mi madre). No solo quería el libro, quería el spin off y las treinta temporadas de la serie. Sí, nunca me conformaba con nada (ni sigo haciéndolo). Tenía una meta tan clara que me esforzaba tanto, que puede que arrasara con todo aquello que no fuera a mi ritmo. Lo admito. Mea culpa.
Todo esto sirve como introducción a lo que viene ahora. El meollo de la cuestión. Cuando cumplí los veintipico, sufrí la mayor crisis existencial hasta el momento. Fue un click. De repente. No sé cómo llegó porque no me lo esperaba. Y me di cuenta de todo. Me di cuenta que inconscientemente me sentía culpable de ser quién era a veces. Incluso me encontré justificándome por comportamientos que nunca pensé que lo haría. En resumen, en muchos aspectos de mi vida, estaba fallando a la persona más importante de mi vida. Yo misma. Y no era mi culpa. No era porque fuera una soñadora, ni una ilusa, ni tan siquiera porque quisiera el pack completo de todo el drama de las películas, no. Era porque las personas de las que me rodeaba, no caminaban a la par conmigo. Así que, a partir de ese momento, cogí la carretera. En línea recta, yo sola. Sin mirar atrás. Y os mentiría si os dijera que me arrepiento. Porque no me arrepiento ni un mínimo. Fue la mejor decisión que tomé nunca.
A veces si divago en lo que podría haber sido de mi si no hubiera tomado esa decisión. Me gusta pensar a veces que mi vida es igual que esos juegos de rol, en los que el final depende de las acciones que vas escogiendo en pantalla. Esos que nunca te cansas de jugar. La primera vez que los juegas, actúas como crees que lo harías en la vida real. Sin embargo, la segunda vez ya te dejas llevar un poco y cometes alguna locura. Lo que te lleva a pensar que igual deberías aplicártelo a tu vida real y que realmente no la estás viviendo como te gustaría. Y la última vez que lo juegas, ya te pones en las peores situaciones. Pero no nos engañemos, la vida solo tiene un final y depende de nosotros la mayoría de las veces escoger el que se quiere. No podemos volver a jugar para ver cómo podría haber sido. Eso queda relegado a nuestra imaginación. Y, por desgracia, eso nos va a torturar gran parte de nuestra vida, impidiéndonos vivir realmente como quisiéramos, paradójicamente. La pescadilla que se muerde la cola.

Y hoy, muchos años después de aquel momento (no os voy a decir cuántos), estoy sentada en un Ford Mustang Cabrio del 73. No sé a dónde me llevas y ahora mismo no me importa, porque contigo me dejé llevar desde el minuto cero. Con una mano sostienes el volante y con otra trazas círculos sobre mi pierna izquierda. Nos miramos a través de las gafas de sol y sonreímos. El sol se está poniendo y admiro el paisaje mientras el viento hace que mis mechones rebeldes de pelo se peguen a mis labios pintados de rojo. Llevamos más de una semana recorriendo carreteras interminables con esta reliquia. Nunca pensé que pudiera viajar con tan poco equipaje, pero la verdad es que una vez que te deshaces de todo, viajar se hace más ligero. No pesaba la ropa, si no los recuerdos.
Mientras estamos hablando de qué pasará en el siguiente capítulo de esa serie nueva que empezamos anteayer, especulando los posibles finales de cada capítulo, suena Tupelo, de Jason Isbell. Me acuerdo cuándo bailamos esa canción por primera vez y te digo lo mucho que me gusta esa manía tuya de sacarme a bailar en cualquier sitio y cuánta más gente haya mejor. Yo, la que nunca bailaba. Pasa el tiempo y, mientras se oculta el sol, ya arreglamos el mundo treinta veces. Ahora suena Free bird de Lynyrd Skynyrd y tú dejas algun tatuaje a la vista.
Seguimos en modo going everywhere como decía Journey en aquella canción hasta que se hace de noche y por fin llegamos a casa. Nada más abrir la puerta ya percibo el olor a tulipanes. No sé cómo lo haces, pero da igual al sitio al que vayamos, que siempre me esperan dos docenas de tulipanes amarillos. Pones música. Aleatoriamente suena Hotel California. Maravilloso destino. Mientras ordenamos y recogemos todo el equipaje y todo lo que hemos comprado durante esos días fuera, te ríes porque siguen las tazas de café en mi mesita de noche, encima de la pila de libros que no sabes por qué razón colecciono en ese rincón. Qué maravilloso desastre y qué caos de mujere eres, me dices. Te saco el dedo corazón y, dejando lo que estás haciendo, me persigues por toda la casa hasta que consigues arrastrarme a la ducha contigo. Y así, pisando la moqueta roja que cubre todo el suelo, nos vamos a la cama. Buenas noches, te quiero.

Sé que todo esto pinta muy idílico, irreal. Pero sé a ciencia cierta, que en el momento que tomé aquella decisión no me rendiría y lucharía por conseguir todo aquello que anhelaba. Y que queréis que os diga, no hizo mucha falta, solo encontrar y conocer a las personas correctas. Primero a mí misma y después a la persona que caminara a mi lado siempre y nunca me limitara, dejándome ser yo misma cada segundo. Contigo sé que voy a tener una vida maravillosa y que viviré a diario situaciones como la que describí antes. Lo sé. Estoy segura.
Y eso que todavía no nos hemos conocido.
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