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La mejor noche de mi vida

  • Foto del escritor: Sara Fernández González
    Sara Fernández González
  • 13 jul 2020
  • 2 Min. de lectura

Besamos la libertad,

nos abrazamos a todo lo que nos sonreía.

Como niños sin preocupación.

Como el ave que escapó.

Creo que por una vez,

conseguimos no ser los esclavos de nadie.

Nos perdonamos las viejas heridas.

Así fue, la mejor noche de mi vida.

Estábamos cicatrizando. Ya no supurábamos. Quedaba un poco de resquemor pero nada de lo que no pudiéramos salir. Ya había pasado lo peor (o eso creía). Si me tuviera que quedar con algún momento, algún buen recuerdo, sería (y será) esa noche.


Era de una de esas noches de verano que tanto te gustan a ti. De esas que hace calor pero sientes en el ambiente que va a llover de un momento a otro. De esas que el olor a tierra mojada se hace inminente. De esas noches a las que me volviste adicta.

Llevábamos alguna que otra copa de más en una terraza. Ya ni prestábamos atención al barullo de la gente. Solo estábamos tú y yo. Tenías la manía de acercar mi silla más cerca de ti. Porque tú y yo éramos de los que se sentaban uno junto al otro, no enfrente como solemos hacer ahora. Hacías tanto ruido al hacer aquella maniobra que llamabas la atención de toda la gente. Sé que algunos nos miraban con envidia.


Cayeron las primeras gotas. Pedimos la cuenta. Yo no paraba de reír y tú no parabas de mirarme. ¿Cuándo dejamos de hacer eso? Pagamos y nos levantamos a toda prisa. Empezaba a llover con más intensidad. Mi cuerpo se tambaleó. Ya sabes que las copas de más hacen mella en mi.



Mis pies no daban más de sí. De repente me cogiste en brazos. Con esas ganas y esa soltura que solo tú tienes. Ya nada me importó. Cargada a tu espalda era la reina del mundo. Llovía bastante fuerte. Ya notaba el pelo pegándoseme a la cara. Perdí un zapato. Tuvimos que dar la vuelta. Ya eran pasadas medianoche y Cenicienta no se podía permitir ese lujo. Todo esto sin parar de reír. Todo esto sin dejar de decirnos te quiero ni un segundo. Iba ebria de ti. Iba ebria de felicidad. Iba ebria de la vida.


Después de montar en el coche solo recuerdo la lluvia repiquetear en los cristales. Los besos voraces. El amor. Los te quiero constantes. Y la maldita casualidad de que sonase Beret.


En los meses siguientes llegaron otras que intentaron desbancarla del puesto de la mejor noche de nuestras vidas. Pero todo fue en vano.


Fue el principio de algo nuevo y el comienzo del constante bucle.



Nos regalamos el sol.

Todo quedó en la memoria.

La noche se terminó.

Pero yo sigo luchando

por comerme el mundo.

Nos perdonamos las viejas heridas.

Así fue, la mejor noche de mi vida.


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