Lo mismo de siempre hasta que deja de serlo
- Sara Fernández González
- 19 ago 2019
- 2 Min. de lectura
Alguna vez me quisiste,
no sé si muy bien o mal.
Alguna vez me mentiste,
lo dicen en la ciudad.
Tú no sabes nada,
sé que esto se acaba.
Esta noche es rara,
la luna se apaga,
se prende la llama.
Guajira, ¿a dónde vas?
Con tu mala vibra,
así no va la cosa.

Supongo que da igual si es verano o invierno, si le conoces con una copa de más un sábado noche o a plena luz del día en tus cabales. Al final llega el día que tanto temías: llega lo mismo de siempre. El día en el que él se va. Se irá sin decirte por qué, sin ningun motivo y te dejará ahí, en leído; dando sentido y personificando ese presentimiento que tenías desde hace tiempo pero que pensabas que no iba a suceder. ¿Cómo iba a ser lo mismo de siempre otra vez? Pero si esta vez tenías esperanza (como las otras quinientas veces).
Eso sí, te autoengañas y te dices a ti misma que esta vez no le vas a dar tanta importancia. Y ahí estás, repasando mentalmente todos los momentos para ver si encuentras lo que hiciste mal. Porque claro, te autoculpas. Si lo hizo es por algo que tú hayas hecho. ¿Sería aquello? Sí. Puede. No. ¿Y lo otro? ¿Y lo de aquel día cuando...? Na, imposible. Y entre uno y otro te echaste en la cama a las diez de la noche y son las dos de la mañana y no has llegado a ninguna conclusión. Solo que no sabes quién es más gilipollas, si tú o él. Porque sí, sí y sí. Vuelve a ser lo mismo de siempre. Lo de otras veces. Ha vuelto a pasar.

Y al final lo único que sacas de provecho es que aquella chica que te sujetaba la puerta del baño aquella noche de sábado tenía razón. Al final siempre se escoge mal. Entonces, cansada ( o quizás iluminada por un rayo divino) tu cabeza hace click y te das cuenta que llevas toda la vida escogiendo mal. Que hasta ese preciso momento, después de tropezar con la misma piedra varias veces, intentar otras piedras y tropezar con ellas igualmente, no sabías ver lo que tenías delante y más te quería. Respiras hondo. Cuentas hasta tres lentamente y escoges. Por una vez vas a hacerlo bien y estás segura al doscientos por cien.
Te escoges, sin nadie más. Y a partir de ese momento, todo va rodado. Comienza una nueva etapa. Pero esta vez sin decepciones ni esperanzas efímeras. Solas tú y tú misma.
Y que luego llueva, baila,
este es el momento cero.
Yo hago lo que quiero,
digo lo que pienso.
Que suba el calor,
que ahora bailo yo.
Que suba el calor,
que ahora bailo yo.
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