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A(tarde)ce

  • Foto del escritor: Sara Fernández González
    Sara Fernández González
  • 15 may 2019
  • 2 Min. de lectura

Yo no quiero cargar con tus maletas

Yo no quiero que elijas mi champú

Yo no quiero mudarme de planeta

Cortarme la coleta, brindar a tu salud


Yo no quiero domingo por la tarde

Yo no quiero columpio en el jardín

Lo que yo quiero corazón cobarde

Es que mueras por mí

Ella es de esas personas que sabe ser feliz sin mí, sin cualquiera. Ella no depende de nadie, a veces ni de ella misma. Siempre seguirá su instinto y perseguirá sus sueñas con uñas y dientes. A pesar de todas las decepciones y por muy mal que a veces le trate la vida, ella seguirá completa y radiante. Porque su sonrisa (y todo lo que hay en ella) brilla. Por eso supe que estaba perdido el día que la conocí. Era el caos hecho mujer.

Cuando la vi por primera vez me dieron ganas de ponerle el mundo a sus pies. Pero sabía que a una mujer como ella, de ese calibre, ya se bajaba ella sola la luna y lo que hiciera falta. Siempre tan perfecta, vistiera lo que vistiera, porque esos labios rojos que siempre llevaba complementaban su mejor baza: su sonrisa. Os prometo que no hay mujer que sonría como ella.


A veces me descubro a mi mismo mirándola de reojo o viéndome incapaz de apartar la vista de ella. ¿Por qué me tiene tan calado? Porque sospecho que ella viene de otro mundo. Ella es sobrenatural.




Por eso hoy, que la tengo aquí, sentada en la encimera de mi cocina, me siento el hombre más afortunado del mundo mientras cocino para ella. Lleva un vestido de lunares más corto de lo normal (o eso me parece a mí) y sus pies (que no llegan a tocar el suelo) se balancean hacia adelante y atrás al ritmo de la música que suena en la radio. Sus ojos brillan a causa del vino y habla tanto y tan deprisa que yo me quedo embobado mirándola.


Si ella supiera lo duro que es estar aquí, a cinco centímetros de ella y no poder tocarla ni besarla.


Le echo más vino en la copa y me dice que como siga bebiendo no se acordará de nada al día siguiente. Ilusa al no saber que yo, solo por estar con ella, me iría a vivir a su olvido toda una eternidad.


Atardece y ya se nos hace tarde. Quizá dentro de tres horas se marche y ya no sepa nada más de ella. Solo sé que cualquiera en su sano juicio se hubiera vuelto loco por ella.

Y morirme contigo si te matas

Y matarme contigo si te mueres

Porque el amor cuando no muere mata

Porque amores que matan nunca mueren

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