Una cerveza voy a pedir, para así olvidar(te)
- Sara Fernández González
- 8 jul 2017
- 2 Min. de lectura

Una cerveza voy a tomar,
una cerveza quiero tomar y así olvidarme
de aquella trampa, de aquella trampa mortal.
Otra cerveza voy a pedir,
otra cerveza para brindar y no quedarme
sin esperanzas, sin esperanzas tal vez.
El estribillo de esta canción sonaba en bucle en mi cabeza aquel viernes noche.
Aquel día en el que te dije todo lo que tenía guardado dentro de mí durante años. Necesitaba soltarlo todo, liberarme. Quitarme aquel peso de encima. Respiré hondo, conté hasta que ya no supe por qué número iba y me armé de valor.
Las palabras salieron solas. No dudé. Clara, concisa, te vomité mis años de amor encima. Sé que pesaba todo lo que te estaba diciendo, lo notaba en tu mirada. Te dije que llevaba tiempo dándole vueltas al asunto. Las mismas vueltas que te da un feriante al pasar por su lado en la atracción de feria. Que a pesar de ver que ya estás muerta de miedo, sigue girando la taza -esa que le has quitado a la niña rubia y tuvo que conformarse con un pato rosa porque tú querías esa taza de princesa- y tú quieres bajarte, pero aún así esperas ansiosa la siguiente vuelta para que lo haga con más fuerza todavía. Así de masoquistas somos, así de masoquista fui siempre. Sobre todo contigo.
Aguardaste mi silencio, aguardaste la pausa que hice para coger esa mezcla de gases que llamamos aire y me instaste a seguir con tus ojos color miel. Describí con detalle todo lo que había en ti que me volvía loca. Tu sonrisa. Tus ganas de comerte el mundo. Tu forma de ver la vida. Tu manera de moverte. Tus manos. Tú. Todo. Exactamente todo. Sobre todo la forma en la que me haces de reír. Porque para mí lo más valioso que puede haber en un hombre es que te haga de reír hasta que pierdas la noción del tiempo. Y créeme cariño, que a ti eso se te da muy bien.
Todavía no te había dicho que te quería. Así que te lo solté, liberando una carga que pesaba toneladas. Te lo dije con la mayor celeridad que fui capaz. Ni siquiera mostraste signos de sorpresa. Quizá ya lo supieras. A veces sabía que se me notaba demasiado. Pero es que cuando te gusta alguien a un nivel estratosférico, no puedes remediarlo. Ya no digo disimularlo, porque eso es imposible. En algún momento te van a flaquear las piernas. Me preguntaste que si estaba enamorada. Te dije que no -qué mentirosa soy a veces- porque para estarlo tendría que haber algún tipo de relación entre nosotros, no solo conocernos de toda la vida.
Pero claro, toda esta palabrería fue fácil decírmela a mí misma antes de pedirte la cuarta cerveza de la noche.
Volvió a sonar el estribillo de la canción. Volví al principio de la noche. Caí en el bucle en el que se había convertido mi vida desde que te conocí.
Una cerveza voy a tomar,
una cerveza quiero tomar y así olvidarme
de aquella trampa, de aquella trampa mortal.
Otra cerveza voy a pedir,
otra cerveza para brindar y no quedarme
sin esperanzas, sin esperanzas tal vez.
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